Las sospechas sobre el inicio de la temporada de lluvia se diluyeron hoy en la tarde con un cubetazo digno de un monzón índico.
Dicho asalto acuático nos encontró a bordo de un sedán compacto, estacionados frente a una pastelería. No más abrir la puerta, una descarga de agua cae sobre la parte interna de la puerta, salpicando el tablero de instrumentos, el volante, el piso y sus alrededores, para luego encontrarnos el techo mal hecho de la pastelería, que desagua exactamente encima de uno, no importa qué carro lleves.
A pocos metros del autolavado donde recibió su baño más reciente (una semana), tuve que imaginarme estar en un Land Rover con piso de goma y desagües, para no preocuparme por la tapicería mojada.
El diseño de muchos autos actuales tiende a que el ancho del techo sea menor al ancho del piso, lo que genera una línea elegante, pero completamente inefectiva a la hora de un pequeño diluvio: te vas a mojar *antes* de bajarte del carro y no después.
Y pensar que aún nos tocan seis meses de esto.